Otros, no nosotros

La calma es un lugar al que siempre me costó llegar. Y me seguirá costando. Soy movimiento, por naturaleza... O por herencia. Quien conoce a mi mamá sabrá de qué hablo.

Me cuesta estar en calma. Me cuesta estar quieta. Me cuesta el silencio. Me cuesta la tranquilidad. Y en esa lista de lugares a los que me cuesta llegar, también está la escucha interior. Me cuesta escucharme. No se me hace sencillo acceder a mí misma. ¿Por qué? No lo sé. Creo que esa necesidad de estar siempre moviéndome, trae consigo la dificultad para reflexionar, para mirar adentro, para escuchar a esa voz que a veces habla muy bajito, pero que siempre dice cosas importantes. 

Hoy es domingo y llueve. Ya di vuelta la casa. Ordené el ropero, limpié todo, no tengo nada para estudiar, mis amigas no están en la vuelta, ya comí, ya hice compras, ya cociné -un arroz pegado, pero yo amo mi arroz pegado- y entonces, me senté. Estoy muy cansada, ayer tuve un casamiento y hoy amanecí temprano (nunca logro dormir bien después de las fiestas). 

Me senté en el sillón, en silencio. Llueve. El ruido de la lluvia en medio del silencio que absorbe a Montevideo durante las dos horas de clásico es un momento de paz casi único en diciembre y en la capital.

Y entonces me siento y pienso: ¿Qué hay ahí adentro que no quiero escuchar? ¿Qué es eso a lo que estoy haciéndole oídos sordos? ¿Por qué me tapo de cosas para hacer con tal de evitar sentir esa vocecita que se empeña en ser escuchada? ¿Qué hay ahí? ¿Cuál es el miedo que no me deja llegar?

Creo que a veces las personas tenemos mucho miedo de escucharnos. 

Transitamos la vida en un solo sentido, siempre para adelante. Siempre queriendo avanzar para llegar a un lugar... Vaya uno a saber a qué lugar y por qué con tanta prisa. Nosotros avanzamos como si alguien estuviera esperándonos, o incluso con más apuro. Nos ponemos metas para que ese trayecto sea más rápido y más entretenido. Nos obligamos a mirar hacia adelante, a seguir... Siempre a seguir. Como si parar significara algo malo, como si volver sobre un lugar por el que ya pasamos nos hiciera malos caminantes. Como si alguien nos hubiera dicho que hay un recorrido que seguir y que ese trayecto solo va hacia adelante. Como si no fuera un camino que hay que inventar, cada uno a su modo, cada uno doblando donde quiere, frenando cuando tiene ganas, retrocediendo las veces que considera necesario y avanzando cuando siente que así tiene que ser. 

Nos creímos esa idea de que todos vamos hacia el mismo lugar y entonces entendemos que todos tenemos que hacer más o menos el mismo recorrido y, de paso, evitar los lugares en los que otros "se trancaron" o demoraron más y aprovechar los atajos que otros crearon para facilitarnos el camino. 

Otros. Otros. Otros. No nosotros, otros. Otros son quienes se trancaron. Otros son quienes inventaron su propio atajo. Otros son quienes llegaron rápido a destino siguiendo su camino. Otros, no nosotros. 

Tenemos la posibilidad -la maravillosa posibilidad- de inventar nuestro propio camino, uno distinto a todos los demás... ¿Y vamos a elegir hacer el mismo que ya hicieron los demás tantas veces? Tenemos la capacidad de crear, de inventar, de buscar y de encontrar nuestro recorrido. Singular. Único. Irrepetible. Personal. 

El camino no es transferible. El camino no se enseña, no se muestra, no se comparte. El camino de cada uno es de cada uno y tiene la única misión de hacer feliz a quien lo recorre. A nadie más. 

Seamos capaces de crear nuestro propio camino. Sin miedo. No pasa nada... ¡De verdad! No pasa nada si retrocedemos una, dos, tres o cuarenta veces. Tampoco pasa nada si frenamos y nos quedamos mucho tiempo en un mismo lugar. No pasa nada si vamos hacia atrás y arrancamos para un lugar diferente. No pasa nada si damos vueltas en círculo durante mucho tiempo y tampoco pasa nada si pegamos un volantazo y cambiamos radicalmente el rumbo.

De verdad. No pasa nada, siempre y cuando estemos donde queremos estar y no donde quieren que estemos. No pasa nada, siempre y cuando estemos en nuestro camino, fieles únicamente a nosotros mismos... Y de verdad, no pasa nada si nadie nunca antes hizo ese camino... ¡Mejor aún! Y si alguien ya lo hizo, o si muchos ya lo hicieron... ¡Tampoco pasa nada!

Recorramos el camino que queremos recorrer, que al único lugar al que tenemos que llegar es a ese que nos permita mirar para atrás y decir: ¡Puta madre que valió la pena!



Imagen de art and calm