Desde adentro

Hace ya unos cinco días que estoy encerrada. No tengo opción, claro. Sin embargo, sonaba -mucho- peor de lo que resultó. Para mí. Siempre supe que convivo bien conmigo misma, pero no creí que tener que hacerlo, obligada, me llevara a algún lugar que valiera la pena. Pero una vez más, me sorprendo e intento, como me va saliendo, de habitar los espacios que descubro en mí. Intento, de a poco, escucharme, aunque me cueste mucho y aunque a veces no tenga ganas de escuchar lo que tengo para decirme.

Estar en cincuenta metros cuadrados conmigo misma durante las veinticuatro horas del día, por varios días, no deja opción: a la larga o a la corta, uno se escucha. Y así, de a poco, me he ido reencontrando con algunas partes de mí misma que había olvidado. O que había escondido, no lo sé. Reaparecen. Brotan, de golpe y para mi sorpresa, como son siempre los brotes: inevitables y repentinos. 

Es que a veces el piloto automático de la vida es una buena solución, práctica y funcional, pero puede convertirse en un amigo traicionero. Ir de acá para allá, estando en todos lados a la vez y, muchas veces, en ninguna parte en realidad. 

¿Y dónde queda lo que nos conecta a nosotros mismos? Me he dado cuenta de que hace mucho no puedo escribir. Que "no estoy inspirada", que "no tengo sobre qué escribir", que "se me hace más fácil si estoy medio tristona", que "no me ha pasado nada que merezca ser contado". Nada de eso. 

Hay ciertas cosas que necesitan tiempo. 

Y por tiempo quiero decir tiempo conmigo misma. Tiempo de silencio y, entonces, tiempo de escucha. De oír internamente, de sentir qué me pasa, dónde estoy, cómo estoy, qué necesito. A veces, también necesitamos no poder huir, no tener a dónde salir corriendo para que esa escucha se vuelva tan inevitable como necesaria.

Escribir siempre ha sido para mí una forma de "sacar de adentro" lo que me pasa, lo que siento o lo que pienso. Siempre ha sido mi forma de contarle al mundo cómo lo vivo, aunque al mundo le de igual. 

Escribir ha sido también, para mí, terminar procesos que no se cierran hasta que no se transforman en palabras. Supongo que cada uno tendrá su forma de digerir la vida. La mía es esta. Y la necesito, aunque a veces me escape de ella.

Pero he estado bastante tiempo con la vida atragantada.

Y por eso, tal vez, el encierro ha sido para mí un gran encuentro conmigo misma.

A veces, cuando no sabemos parar a escucharnos, la vida nos obliga a hacerlo. Porque hay procesos que no pueden evitarse y encuentros que siempre se terminan dando, especialmente, cuando son con nosotros mismos.

Ojalá no nos alejáramos de nosotros mismos. Ojalá siempre estuviéramos conectados con lo que nos pasa, con cómo estamos y hacia dónde vamos. Pero eso es para unos pocos, entre los que seguro no me encuentro.

Y si sos de los míos, si vas a seguir desconectándote cada tanto, ojalá siempre vuelvas a encontrarte. Incluso sin quererlo. 

Porque al final siempre terminaremos siendo nuestros propios compañeros de un viaje que, espero, valga la pena.