Aprender a querer, otra vez

Hay cosas de las que me cuesta un poco hablar. Sin embargo, muchas veces, puedo escribirlas.


Supongo que a todos nos pasa un poco eso de extrañar. No sé qué lugar, qué momentos o a quiénes extrañarán ustedes, no lo sé, pero si sé que algo o a alguien extrañan; de eso no zafa nadie. Sin embargo, no sé cuántos de ustedes extrañan a alguien que todavía está. No sé cuántos de ustedes han vivido o viven esa sensación de extrañar lo que alguien fue. De extrañar lo que alguien elige ya no ser. No lo sé, pero sé que quienes saben de lo que hablo, me van a entender. 


Hablo de extrañar a una persona. Esa es la sensación. Es extrañar a alguien que no está, pero que no sabes si va a volver; yo creo que no. El sentimiento es el mismo que nos inunda cuando extrañamos a alguien que no está más por acá. Sin embargo, extrañar a alguien que está es distinto y, por momentos, más difícil. 

Extrañar a alguien que sigue estando significa acordarte todo el tiempo de que esa persona a la que querías y a la que querés volver a ver, ya no está. Es entender que no hay cuerpo que aloje siempre a la misma persona. Es aceptar que, muchas veces, el cuerpo no es más que un recipiente, un envoltorio (que aunque lo digamos mucho, bien poco lo tenemos incorporado). Es aprender la distancia que hay entre lo que se ve y lo que es realmente. Es entender que una persona puede cambiar tanto, al punto de volverse un completo desconocido. Es aceptar que hay veces, que no importa lo que hagamos, el otro decidió irse, decidió ya no ser lo que era y nada, nada de lo que podamos hacer, va a lograr que vuelva quien se fue. 

Aprender a extrañar lo que alguien era, es aprender a aceptar que lo que algunas personas son no permanece para siempre y que, aunque quiéramos, mucho de lo que la vida se lleva, no lo devuelve; incluso cuando hablamos de esencias. 

Supongo que en ciertas circunstancias, alejarse, irse y respetar que esas personas ya no son lo que fueron, es la mejor opción; un remedio bastante sano para quien extraña. Pero hay otras situaciones, en las que esa posibilidad de alejarse, no es tal. No se puede. Hay que seguir estando ahí, siendo ahí, al lado de una persona que ya no es. Al lado de alguien nuevo. 

Hay veces en las que hay que aprender a querer de nuevo. Aprender a valorar otra vez. Aprender nuevos códigos de humor, de risa, de llanto, de simpatía y hasta de convivencia. Aprender a ser con una persona distinta. Hay veces, en las que "no queda otra". 

Y esas veces, yo creo, vale la pena pensar que nadie cambia rotundamente porque quiere. Nadie elige los procesos. Nadie opta por el impacto de la vida en uno mismo. De ser así, varios hubiéramos cambiado ciertas cosas, supongo. Nadie elige quién ser en cada momento de la vida. Uno es. Uno "va siendo" lo mejor que puede, tratando de acoplar la vida que le pasa con la vida que quiere, tratando de hacer de esa brecha, un espacio lo más chico posible, tratando de acercar todo eso que uno quiere ser y todo eso que la vida le hace ser. 

Supongo que hay ciertos momentos de la vida en los que no elegimos cambiar, simplemente lo hacemos. Hay quiebres, circunstancias, pérdidas, o ganancias, que nos afectan más allá de lo que podemos controlar. No importa qué tan plantados estemos, la vida nos sacude a todos y cada uno se acomoda como puede después del temporal. 

A veces, juzgar lo que el otro es o juzgar en lo que el otro se convirtió, no es más que ignorar lo que el otro tuvo que pasar. 

A veces, aceptar, abrazar, empatizar con el otro, es el acto más sencillo y complejo a la vez. 

Hay momentos en la vida en los que nos toca cambiar, incluso sin querer y, hay otros momentos, en los que nos toca aceptar que el otro cambió, también sin querer. 

El otro no es siempre el mismo. El otro es otro y la vida le pasa distinto. Querer medir la vida de los demás con nuestro propio centímetro es un trabajo en vano. 

Me llevó tiempo entender que podía reciclar la energía que estaba perdiendo en tratar de que las personas volvieran a ser lo que yo quería que fuesen. Me llevó tiempo entender que las personas no querían que yo las "ayudara" a ser lo que habían sido, sino que era yo la que quería que las personas volvieran a ser lo que yo había conocido. Me llevó tiempo aceptar que, muchas veces esas personas únicamente querían un abrazo, un "te quiero" y un "todo va a estar bien". Me llevó tiempo entender que yo solamente puedo trabajar sobre mí misma y que si los demás no quieren hacerlo sobre ellos, yo no puedo obligarlos. Yo solo puedo aprender a abrazar a estas nuevas personas, que son las mismas que fueron, pero distintas, o son otras, no lo sé... pero que también tienen cosas buenas y a las que también puedo querer y de las que también puedo aprender. Bueno, de hecho, ya aprendí...