Incluso así

Estuve rodeada siempre de personas que me dijeron que lo mejor era no tener miedos, que en la vida hay que jugársela, que las cosas salen bien cuando hacemos lo que sentimos, que no hay que pensar tanto, que pienso mucho, muchísimo todo... Y que eso me frena, que para que las cosas pasen hay que hacer, hay que ir, hay que no sentir miedo: "Los miedos son como un tigre de papel, no existen", me decía un profesor en el liceo.

Nunca pude. Creo haberlo intentado muchas veces... No durante mucho tiempo de corrido, pero sí en ocasiones aisladas, en distintas oportunidades. Traté una y mil veces de hacer las cosas, de jugármela sin pensar mucho, o sin pensar, directamente. 

No sé si pude. A veces creo que pude y otras veces me parece que elegí creer que había podido. No sé... No la tengo clara y aunque pienso mucho, estoy aprendiendo a elegir en qué pensar y esto ya no está entre mis prioridades.

La verdad es que, de lo que sí estoy segura, es de que no fui, no soy y probablemente no sea una persona a la que le sea sencillo hacer, ser, decir y accionar sin pensar. De eso no zafo... A veces pienso de más... Y otras veces, también. Y entre esos pensamientos siempre, siempre aparecen los miedos. Chicos, grandes, fuertes, flojitos, débiles, pero miedos en fin. 

Me lleva mucho tiempo tratar de que desaparezcan y en general ellos siempre vuelven. Y la verdad es que cuando logro que se vayan y deciden reaparecer, lo hacen con más fuerza. Entonces entendí que tal vez hay cosas contra las que no se puede, o aunque se pueda, no vale la pena poder. No vale la pena gastar tanta energía en intentar terminar con algo que tiende siempre a regresar. Me lleva mucho tiempo, mucho esfuerzo, mucho de mí intentar que desaparezcan mis miedos por un ratito.

Aprendí entonces que ellos están. Están ahí, en mí. Aprendí que a veces logro que se escondan, pero no que se vayan. Están y aunque no parezca, tienen una función. En un punto son parte de mi conciencia, de mi ubicación en tiempo y espacio, de mi contextualización. Si no tuviera miedos, probablemente tampoco tendría empatía, tampoco podría ponerme en el lugar del otro, tampoco podría entender a qué le tienen miedo a los demás y por qué a veces esos miedos no les permite avanzar, como tampoco me permiten a mí de vez en cuando.

Entendí que van a estar, pero que depende de mí el lugar y el poder que tengan. No se van. Están y pesan. Pero soy yo la que elige qué pueden hacer y qué no. No les pido que se vayan. Me pido a mí tener fuerza para entender que aunque existan, no tengo que darles el poder de paralizarme. Elijo aceptarlos, no ignorarlos, porque lo que se ignora salta, a la larga o a la corta... Se hace visible espontánea y repentinamente, y yo no quiero eso.

Quiero poder hacer lo que tengo ganas. Quiero poder hacer lo que me propongo. Quiero demostrarme a mí misma que puedo, incluso con más de lo que creo. Puedo. Puedo también con mis miedos. Puedo convivir con ellos sin darles poder sobre mí. Puedo jugármela con miedos. Puedo arriesgarme llena de miedos. Puedo querer con miedo a que me lastimen. Puedo agarrar las manos con miedo a que me suelten. Puedo confiar con miedo a que no lo valoren. Puedo jugar con miedo a perder. Puedo buscar con miedo a no encontrar. Puedo tener miedos, pero puedo también hacer todo lo que quiera. 

Los dejo existir, ya entendí que hay cosas que no tiene sentido querer combatir. Estén, no pasa nada. No pasa nada porque aprendí que no voy a dejar de hacer nada por tener miedo. Aprendí que es natural, que es parte y que tener miedos no es más que estar viva. Raro sería que no los tuviera. Eso sí me daría un poco de miedo. 

Los miedos me pertenecen, yo no a ellos y por eso siempre voy a poder ganar.

No tengo miedo a tener miedo porque sé, que aunque estén en mí, puedo ser lo que quiera ser. 



Imagen de girl, sunflower, and flowers