Mi trampolín

Siempre fui de esas personas a las que todo les afecta. Es muy fácil hacerme bien, cualquier cosita linda que me digas me entra... Y así de fácil es también hacerme mal... Cualquier comentario feo me queda resonando.

Lo malo no es eso, lo malo es que no se nota, dicen. Parece que aprendí a mentir bastante bien y muchos creen que soy una persona segura, lamentablemente. Y digo lamentablemente porque ni siquiera tengo la seguridad suficiente como para mostrar mi inseguridad y hacerme cargo de ella, ¿No?

Hace poco empecé a dejar de tenerle miedo a mi inseguridad, reconozco un poco más seguido que soy sensible y que me afectan las cosas. Empecé a decir "Che, yo me río todo el día, parezco una loca, pero mirá que me entran todas las balas, y mirá que me duelen bastante" Y la verdad es que no me siento más débil. No siento que intentar romper de a poquito esa protección que me armé me esté haciendo mal. Creo que supe inventarme una coraza que, lejos de cuidarme, me terminó lastimando  porque mostró de mí algo que yo no era. Y cuando me trataron como eso que yo decía ser, no supe qué hacer. Me ganaron por goleada.

Así que cuando vi que todo eso había salido mal, hace un tiempo, decidí empezar a hacer las cosas que tenía ganas, pero que no hacía porque me daban miedo, porque era eso lo que venía evitando, creo. Elegí tomar el miedo como un termómetro: "Si esto me da miedo es porque lo tengo que hacer" y la verdad es que por ahora vengo poniendo unos ticks bastante grandes y lindos en mi lista de objetivos y metas a cumplir.

Y cuento esto porque esa inseguridad de la que hablé antes me generaba muchos miedos. Y aunque ahora lo hace un poco menos, igual lo sigue haciendo. Sigo tendiendo a querer estar en mi zona de confort.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte decidí no darle el gusto al miedo. Decidí dar vuelta la cosa, agarrarlo yo a él, en vez de él a mí y usarlo. Elegí y elijo usar el miedo como un trampolín. No voy a dejar que mis miedos me dominen, pero tampoco voy a hacer como si no estuvieran, porque están... Y se hacen notar. Voy a acercarme a ellos, voy a apropiármelos y voy a usarlos como punta de partida.

Me cansé de huirle a las experiencias por tener miedo. De huirle a las personas, a los sentimientos, a las situaciones, a mí misma... Por miedo. Me cansé porque ya lo hice mucho. Y ya no lo quiero hacer más. Y aunque sé que me va a llevar mucho tiempo convertir mis miedos, y sé que hay miedos a los que probablemente no les gane nunca, igual voy a intentarlo. Y no quiero decir que los voy a enfrentar... Porque no lo voy a hacer. No voy a pelear contra ellos. Los voy a transformar. Los voy a reciclar. O al menos lo voy a intentar... Y con intentarlo ya tengo bastante.

Porque los miedos, aunque parecen ser el enemigo más grande, si queremos pueden significar oportunidades. Tener miedos es tener cosas por hacer, objetivos por cumplir. Nadie tiene miedo si no tiene ganas. Entonces ahí sí, que ganen las ganas.

Y no importa cuánto tiempo nos lleve, no importa... Es algo nuestro. De nosotros mismos, con nosotros mismos y para nosotros mismos.

Me quedan un montón de miedos por superar, pero hace poco pude con algunos... Y cuesta, cuesta bastante, al menos a mí que siempre me costaron mucho estas cosas. Pero lo que sí puedo asegurar es que lo que cuesta, lo vale. Y más, también. La felicidad de dominar nuestros propios miedos, de ver que podíamos mucho más de lo que creíamos es incomparable. Es la reconciliación con una parte de nosotros mismos. Es crecer. Es querernos un poco más. Genera la felicitación más linda, la más genuina y la más difícil de conseguir: la propia. Es darnos un abrazo a nosotros mismos y decir: ¿Viste todo lo que podías? Bueno, ahora hay más. Dale, seguí que queda mucho todavía

Podemos más, mucho más.